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Polígono Industrial El Álamo, Fuenlabrada, Madrid. Cinco de la mañana.
Un hombre entró en una
nave aparentemente abandonada. Solo el cartel de metal con el nombre “Maderas Leuce” hacía referencia al tipo
de actividad. No se apreciaban sistemas de seguridad como alarmas, cámaras de
video vigilancia o sensores. Incluso las luces exteriores permanecían apagadas.
El hombre, de estatura
media, corpulento y con la cabeza rapada, abrió la puerta metálica con total
sigilo y entró. Todo estaba oscuro. La luz de la luna apenas entraba por los
grandes ventanales plomizos dando una atmósfera lúgubre. Ante él había palés,
cajas y montañas de madera apiladas como edificios pardos cuya disposición
creaba una serie de laberínticos pasillos que conducían al centro. Como tantas
veces, caminó entre la penumbra hasta que, a lo lejos, fue surgiendo un suave
resplandor azulado. Al llegar al centro de la nave se detuvo y sonrió en una
leve mueca. Había mucho trabajo por delante.
Avanzó unos metros hasta
un sofisticado sistema informático compuesto por un servidor, varias pantallas
y dispositivos electrónicos. Miró cada una de las pantallas en las que había
gráficos, hojas de cálculo, informes y mensajes donde se mostraban en tiempo
real los análisis financieros internacionales. Estaba conectado a las más
importantes bases de datos bursátiles y medios de información financieros. Dejó
la chaqueta de cuero en el respaldo de la silla, miró su reloj digital y se
sentó frente a una de las pantallas. «Ya es hora de dar el siguiente paso»,
pensó. Respiró profundamente y comenzó a entrar en los principales bancos
europeos. En cada uno había cuentas de empresas pertenecientes al empresario
ruso Dmitri Prestupleniye, concretamente aquellas encuadradas en la División
Latinoamericana. El hombre entró en cada cuenta transfiriendo pequeñas
cantidades de dinero con destino a otras tantas en paraísos fiscales
pertenecientes a sociedades offshore
o sociedades opacas: Islas Bermudas,
Islas Caimán, Singapur, Las Bahamas, Hong Kong, Jersey e Islas Vírgenes
Británicas. Meses antes había abierto sociedades en aquellos territorios
exentos de impuestos y donde los operadores económicos gozaban del total
anonimato gracias al secreto bancario. Sin embargo, lo que nadie esperaría,
cuando se supiera de la existencia de las nuevas sociedades y las cuentas
bancarias en los paraísos fiscales, es que todas ellas estaban a nombre de
Ignacio Gorján.
Faltaban pocas horas para
que abrieran las bolsas europeas. Sería entonces cuando comenzara a comprar y
vender acciones en un intento de llamar la atención. El fraude debía darse a conocer
por medio de movimientos sospechosos bien preparados. Luego, a media mañana,
haría lo mismo en las bolsas estadounidenses: NASDAQ y NYSE.
Sobre las once de la
mañana se levantó para prepararse otro café en una improvisada cocina. Estaba
satisfecho por el giro que estaban dando los acontecimientos. Todo salía como
había planeado. Nadie se enteraría. El sistema estaba conectado a internet a
través de una serie de enlaces, consiguiendo enrutar el flujo de datos por nodos ubicados en distintos países.
Esto hacía muy difícil llegar hasta él. No fue lo mismo que el otro trabajo,
cuando se introdujo en el sistema de la tienda de antigüedades para desconectar
las cámaras de vigilancia y la alarma. Aquello fue premeditado, para que
supieran quien estaba detrás.
Volvió hacia la mesa y
pulsó el ratón. En una de las pantallas se abrió una ventana que contenía la
imagen de la fachada de la tienda de antigüedades. No se trataba de una
fotografía. Era la imagen de una cámara de vigilancia situada en el edificio de
enfrente. Cogió su tablet y comprobó
que las mismas imágenes aparecieran en el dispositivo. En el lado inferior de
la pantalla había varios botones que llevaban a otras tantas cámaras. Volvió a
sonreír como un cazador vigilando de cerca sus presas.
Apagó la tablet y volvió a sentarse frente a las
pantallas. Tomó un sorbo de café y con calma se remangó la camisa. A medida que
descubría el brazo izquierdo pudo verse el tatuaje de un pentagrama invertido
dentro de una serpiente enroscada.
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