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Dmitri Prestupleniye
siempre había tenido sus oficinas centrales en la ciudad de San Petersburgo,
centro financiero de Rusia. Se encontraban muchas de las mayores empresas del
país y continuaba desarrollándose con los distintos proyectos de innovación.
Sin embargo en Moscú estaba naciendo otra City
o Wall Street: el Centro Internacional de Negocios de Moscú.
En 1992 el gobierno decidió llevar a cabo un ambicioso proyecto construyendo
una ciudad dentro de otra con una extensión de un kilómetro cuadrado. Los
viejos edificios, las antiguas fábricas, estaban siendo sustituidas por
rascacielos de última generación. Para Ignacio Gorján era una oportunidad
trasladar el cuartel general del imperio empresarial del magnate al que iba a
ser el centro del mundo financiero de oriente. Desde el rascacielos Bashnya Federatsiya podía verse el río Moskvá con sus cuarenta y nueve puentes,
el Distrito Presnensky, las tierras
altas de Tioply Stan e incluso todo
el anillo de circunvalación. Realmente podía ver todo. Aunque no habían
terminado de construir las 95 plantas de la Vostok Tower, la torre más alta de las dos que componían el
rascacielos con una altura de 374 metros , él se sentía el rey del mundo.
Sentía que lo dominaba todo. Pero por poco tiempo. Los nuevos tiempos y el
largo y fatigoso camino de la vida le estaban conduciendo al final. Era hora de
entregar el testigo a las nuevas generaciones y reconducirlas el tiempo que le
quedara de vida.
El despacho era una
conjunción entre el pasado y el presente. Parte de los muebles imperiales de San
Petersburgo junto a cuadros de pintores rusos y una selectiva colección de
obras de arte se mezclaban con el estilo vanguardista del edificio, las paredes
blancas, el suelo de mármol extremadamente pulido y la fachada acristalada que
ofrecía tan imponentes vistas. Lo único que diferenciaba del resto de despachos
y oficinas era la robusta mesa de nogal en la que no había ordenador. Solo un
juego de escritorio, un porta retratos y un teléfono muy sencillo.
Prestupleniye se dirigió
al mueble bar y se preparó una copa de coñac. Luego abrió un humidor cuya temperatura
estaba a 19 grados y la humedad del 70%. Dentro había una colección de habanos Montecristo, elaborados artesanalmente
con hojas de tripa y capote de Vuelta Abajo, en la provincia cubana de Pinar
del Río. Desde la Revolución cubana allá por 1953, cada 26 de julio recibía
todos los años un lote de puros habanos por gentileza de los hermanos
revolucionarios. Le gustaba esta marca en contraposición a Romeo y Julieta, muy apreciada por Winston Churchill. Según él,
incluso los habanos tenían su propia ideología. La abrió y con suma delicadeza
tomó uno iniciando el rito de todo fumador. Con una pequeña guillotina cortó de
forma limpia y precisa la parte trasera retirando con cuidado la vitola.
Respiró profundamente mientras escuchaba música clásica que provenía de algún
rincón indeterminado, como si el sonido formara parte del aire. Cogió un largo
fósforo de corteza de cedro, lo encendió y fue encendiendo el habano
lentamente, girándolo para que la llama cubriera uniforme la superficie. Realmente
no fumaba en el sentido general del término. Un buen fumador de habanos nunca
se tragaría el humo, al contrario, el disfrute consistía en paladearlo, en
sentir todos sus matices. Las primeras caladas eran un anticipo del aroma que
realmente disfrutaría si se lo tomaba
con tranquilidad. Se sentó en el sillón del escritorio y giró hacia la
cristalera para contemplar su mundo.
***
El hombre corpulento de
cabeza rapada entró en el vestíbulo y se dirigió con disciplina hacia la
secretaria. Vestía un traje de Brooks
Brothers de lana merino y cachemira y, aunque su porte era el de un
militar, aquella chaqueta hecha a medida le daba un toque distinguido,
señorial. La joven rubia de ojos azules se ruborizó respondiéndole con una
tímida sonrisa. Él sabía la sensación que producía en las mujeres y eso le
gustaba. Incluso en más de una ocasión se había aprovechado de ese encanto para
su propio beneficio.
-El señor Dmitri
Prestupleniye me espera –dijo con voz cálida, casi susurrante.
La secretaria consultó en
su ordenador y tras un leve asentimiento le pidió que esperara en uno de los
vanguardistas sofás blancos. Pasaron unos minutos hasta que finalmente se
levantó para acompañarle hasta la puerta del despacho. Llamó y la abrió
anunciando la llegada del hombre. Prestupleniye seguía en su sillón mirando el
contraste de rascacielos y edificios antiguos.
-¿Alguna novedad sobre
los cuadros?
El hombre permaneció de
pie, cuadrado como un buen soldado en formación, frente a la mesa de nogal.
-Todo va según lo
previsto señor. Han determinado varios posibles lugares. No obstante, señor,
han enviado los cuatro cuadros para ser analizados por rayos X. Quizás encuentren
alguna inscripción bajo la última capa de pintura.
-Bien, bien. Estás
haciendo un buen trabajo –el hombre no pudo evitar una leve sonrisa-. Aunque no
creo que hayas llegado hasta aquí para decirme esto.
-No, señor. Quería tratar
un tema muy delicado con usted en persona.
Un frío silencio cubrió
todo el despacho, como si de repente los aires del norte inundaran la estancia
volviéndola más glacial. No sabría precisar si se trataba del sabor amargo que
comenzaba a sentir del habano o las malas noticias que su ayudante estaba a
punto de dar lo que le produjo una brusca salida de ese estado placentero al
que se había sumergido una hora antes. Giró el sillón posando la copa de coñac
en la mesa y el habano en el cenicero.
-¿De qué se trata?
–preguntó con voz cortante.
-Señor desde hace unas
semanas he detectado anomalías en la División de Latinoamérica. En principio
deduje que se trataba de variaciones debidas a la situación política de la
región. Sin embargo, hemos comenzado a tener pérdidas y, lo más desconcertante,
las inversiones son poco transparentes.
-¿A qué se refiere
exactamente?
-Hay muchos movimientos
de compraventa incoherentes, adquisiciones que no están reflejadas oficialmente
y -se detuvo unos segundos para acentuar el efecto que deseaba crear en su
jefe, desatar la ira contra Ignacio Gorján-… cuentas bancarias en las que se
está transfiriendo pequeñas cantidades de dinero.
Prestupleniye lo observó
con frialdad. Aunque tenía plena confianza en aquel hombre corpulento, no le
gustaba que se inmiscuyera en los asuntos de una División que no le competía.
-Con el debido respeto,
señor –dijo el hombre corpulento sabiendo de antemano lo que su jefe estaba
pensando-, aunque yo me encargo de la División asiática, también tengo a mi
cargo la seguridad. No puedo ignorar determinados hechos que pueden perjudicar
a las empresas. No pretendo culpar a determinadas personas, solo informar que
nuestra seguridad y nuestra imagen pueden comprometerse.
-Ya me encargo del asunto
personalmente. Puedes retirarte.
El hombre inclinó la
cabeza a modo de despedida y girando sobre sus tacones giró hacia la puerta. El
puro habano se consumió lentamente hasta llegar a una muerte digna. El viejo
empresario cogió la copa de coñac y volvió a girarse hacia la cristalera. Ahora
no veía un paisaje hermoso, digno solo para los dioses, observaba una ciudad
ajena, extraña. Añoraba San Petersburgo, la ciudad donde surgió todo, la que le
dio el poder. Siempre había sido reticente a la hora de trasladar la sede
central a Moscú, pero se dejó convencer por Ignacio Gorján vendiéndole un
emplazamiento que distaba mucho de ser la Gran Manzana financiera. El Centro Internacional de Negocios de Moscú
no cubría sus expectativas. El gigantesco proyecto de crear un complejo de
última generación donde situar uno de los mercados más importantes del mundo no
llegaba a consolidarse. Al contrario, San Petersburgo le estaba ganando la
batalla. Quizás había confiado demasiado en Ignacio Gorján.
El hombre corpulento
obsequió a la secretaria con una rosa que guardaba en el bolsillo interior de
la chaqueta. Ella enrojeció cogiéndola con mano temblorosa.
-Un anticipo. Pronto
trabajarás para mí, encanto.
Marchó por el largo
pasillo hasta el ascensor principal satisfecho. Había comenzado la tercera fase
de su plan.
***
Juzgados de la Plaza de
Castilla. Juzgado de Instrucción.
Sobre la mesa del juez de
instrucción había un informe completo sobre cuentas bancarias, empresas,
inmuebles y vehículos de alta gama referentes a Ignacio Gorján. Acompañaban
informes anexos de INTERPOL y EUROPOL ampliando y confirmando los datos.
Quedaba poco tiempo para hacer una valoración previa, aunque no cabía duda de
que podía haber un posible delito económico y fiscal.
***
Dos días habían
transcurrido desde que Julia recibió los tres lienzos para su análisis por
rayos X y César Bloziat contactara con Parisi. Isabel y Rubén se inquietaban
cada vez más. La impaciencia por conocer los resultados los distraía hasta el
punto de mirar cada hora el correo electrónico o el teléfono. Cuanto más pasaba
el tiempo mayor era la preocupación, temiendo que todo fuera fruto de la
imaginación. El arte, aunque suele crearse bajo unas reglas, siempre existía la
interpretación personal, el punto de vista influido por factores sociales, educativos
y religiosos. Aunque la investigación en conjunto parecía llevarles por el
camino correcto, siempre había un vacío de duda. En ese momento no estaban
seguros de si seguía existiendo el oro de la República española y si los
cuadros eran la llave para llegar hasta el preciado tesoro.
Durante la mañana del
viernes, al igual que el día anterior, intentaron trabajar en otros encargos y
mantener la mente ocupada. Isabel continuaba con el catálogo y en dos ocasiones
atendió varios clientes. Rubén repasaba las notas que tomó en su conversación
con el viejo espía de Marsella y analizó por quinta vez el estudio que Isabel
hizo de los cuadros. Nuevos gráficos, esquemas y apuntes llenaban la mesa de
estudio mientras en la papelera se amontonaban ideas absurdas.
A mediodía el
desconcierto y la duda se acrecentaron al recibir la peor noticia. Julia llamó
a Isabel para avisarle que se pasaría por la tienda para enviarle un regalo
cuyo valor era más sentimental que económico. No podían creer que bajo la
pintura de aquellos tres cuadros no hubiera, al menos, correcciones o añadidos.
Se habían pintado sin esbozo previo, realizando limpios y únicos trazos. «Quien
pintó los cuadros se tomó la molestia de evitar que se manipularan», comentó
Julia ante una Isabel decepcionada, frustrada. Rubén sentía lo mismo. Era, como
vulgarmente se dice, igual que si les hubieran arrojado agua fría. El
abatimiento por los días pasados, el viaje a Marsella, las entrevistas, les
estaba llevando al desaliento.
Solo quedaba una mínima
esperanza de continuar con la investigación. Hasta el momento César no se había
puesto en contacto con ellos y eso les alentaba. Sabían que el viejo anticuario
marsellés estaba muy interesado en los resultados, en el negocio que podía
llegar a hacer con Parisi. Cualquier noticia, ya fuera buena o mala, la hubiera
comunicado rápidamente.
La tarde continuó con
mayor pesadumbre. Isabel volvió a poner los lienzos en sus respectivos
bastidores sin dejar de mirar las distintas imágenes buscando una respuesta. Sobre
las ocho llegó Rubén. Se preparó un café y se limitó a dar vueltas por el
estudio. En la pantalla de la pared estaban las ampliaciones de los cuatro
cuadros mientras los tres originales permanecían en caballetes junto a la
estantería. Las miradas iban de un lugar a otro. Realmente no sabían qué
buscar. Isabel permaneció unos segundos mirando la pantalla, como si se
entretuviera buscando diferencias entre dos imágenes, hasta que en el lado
inferior derecho apareció un mensaje de la bandeja de entrada. Rubén dejó la
taza de café en la mesita y ambos corrieron hacia el teclado para abrir el
correo electrónico. Isabel comenzó a temblar cuando descubrió que el remitente
era César. El pulso se aceleró sintiendo como la adrenalina activaba por
completo su cuerpo. Con el cursor abrió el mensaje:
“Mi querida Isabel:
Hoy he adquirido una edición príncipe de “Viaje al
Centro de la Tierra”. Como sé que eres una amante de este viejo e incomprendido
viajero, te mando por mensajería urgente la obra. Seguro que disfrutarás del
extraordinario relato que esconden las páginas.
Siempre tuyo,
César Bloziat”
Ambos se miraron unos
eternos segundos. Sentían un pequeño cosquilleo recorriendo el cuerpo hasta
llegar a las manos. Del desaliento pasaron a la euforia, al optimismo, a la
ilusión.
-¿A qué hora habrá
mandado el libro? –Preguntó Isabel ansiosa- Cuánto se tarda desde Marsella a
Madrid, ¿unas horas, un día, varios días? Dice que lo ha enviado por mensajería
urgente. Eso significa que vendrá por avión.
-Creo que necesitas una
tila –dijo Rubén mientras se dirigía a la cocina-. Te la prepararé.
-Lo que necesito son los
resultados del último cuadro –miró por un momento al taller donde tenía
escondido un paquete de cigarros. Por instinto hizo amago de ir pero desistió,
tenía que ser fuerte-. ¿Qué habrá encontrado? Presiento que estamos cerca.
Ahora sí.
Caminó por el estudio con
los brazos cruzados, parándose de cuando en cuando ante la pantalla para
estudiar El Jardín Dorado y luego
continuaba cabizbaja reflexionando. En el mismo momento en que comenzó a silbar
la tetera sonó el timbre. Isabel verificó rápidamente quién llamaba a través de
la pantalla del ordenador conectada a una cámara de vigilancia.
-Es el repartidor –bajó
de dos en dos los escalones hasta llegar a la puerta.
Rubén esperaba en la
cocina preparando la tila mientras escuchaba como se despedía del repartidor y
subía nuevamente las escaleras como una niña. Rasgó con fuerza la bolsa de la
empresa de transporte y sacó un paquete que fue desenvolviendo de la misma
forma. Dentro había un libro antiguo en francés, primera edición de Viaje al Centro de la Tierra de Julio Verne. Lo abrió y comenzó a
buscar entre las tapas y el lomo. Fue rápidamente hacia la lámpara de lupa y lo
examinó minuciosamente.
-Aquí no hay nada –dijo
desesperada.
-Quizás no has mirado
donde te ha dicho –respondió Rubén cogiendo el libro y mirando entre las
páginas. En el centro mismo había una pequeña pieza de plástico negro-. Aquí lo
tienes. Una tarjeta de memoria.
Isabel se la quitó
inmediatamente de la mano y la introdujo en un adaptador. Rápidamente accedió a
la carpeta encontrando varias imágenes. Las seleccionó y pulsó la tecla Enter para abrir los archivos. Todos
ellos eran imágenes ampliadas del mismo cuadro. Ambos se quedaron sorprendidos,
fascinados por el nuevo hallazgo. No daban crédito a lo que veían. Rubén amplió
la ventana de una de ellas.